A la vejez..., vejez
Roland Barthes, en un ensayo sobre un libro de Chateaubriand, señala que "la vejez no es más una edad literaria; el hombre viejo es muy raramente un héroe novelesco; hoy día es el niño el que emociona, el adolescente el que seduce, que inquieta; no hay más una imagen del anciano, no hay más una filosofía de la vejez tal vez porque el anciano es in-deseable" (Vinculado con la literatura infantil y juvenil, podríamos pensar en esas novelas escritas para jóvenes, concebidas desde la creencia de que a ellos sólo les interesan los personajes de su misma edad, época, y problemas que aquejan a esa generación, casi como los programas televisivos que apelan a ese recurso.)
Sabido es que ésta es una época en que se siente miedo a enfrentar las realidades y se las disfraza con nuevos nombres. Ser niño puede ser bueno cuando hay adultos que cuidan de la salud y la educación de esos niños, y sobre todo cuando reciben amor. Ser niño también es inquietante, nada más inquietante que un niño que todo el tiempo nos pone a prueba, y nos habla de cambios cuando muchas veces nos resistimos a modificar algo apenas en nuestras transitadas vidas. Ser viejo puede ser bueno si existe una protección social para esos últimos años de la vida y ganas de seguir peleando y deseos de evocar el pasado sin demasiadas frustraciones o resentimientos. Al fin y al cabo, todos necesitamos de las mismas cosas a lo largo de nuestras vidas. Y si nos encontramos, con diferentes edades, podemos compartir momentos de lectura y enseñarnos mutuamente.
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